Quien defiende la libertad debe aceptar la idea de que siempre podrá perderlo todo, porque el precio para sí mismo y para los demás es el peligro constante, es decir, la amenaza continua de destrucción por parte de fuerzas externas. Y también, la inevitable separación por vía del libre albedrío de todo y de todos los que nos rodean. El control no es un bien en absoluto, como tampoco lo es la libertad plena. Aquí es donde entra la necesidad de aprender a estar solo, y el verdadero hombre libre, como mínimo, sabe cómo afrontar la soledad. Además, éste es el problema de las elecciones: todas las elecciones tienen un peso, a menudo imperceptible y catastrófico. Por eso quien quiera ser libre, tendrá que abandonar toda seguridad, tendrá que superar todo tipo de apego y aceptar que donde hay muchas posibilidades, vienen tanto el bien como el mal.
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